Territorio
El Convento de la Almoraima se halla situado no lejos del cauce del río Guadarranque, en la confluencia entre la carretera A-405 (antigua 3.331 Algeciras–Ronda) y la carretera (CA-P-5131) que asciende desde el viejo Cuartel de la Guardia Civil hasta la villa-fortaleza de Castellar de la Frontera. En los siglos XVII, XVIII y XIX la zona aparece mencionada en la documentación de la época con el justifica cado apelativo de “desierto de la Almoraima” por hallarse escasamente poblada (tan sólo el Con vento de los Mercedarios, la Venta del Agua del Quejigo, el molino del Conde y un par de cortijos eran lugares habitados entre la villa de Castellar y la bahía de Algeciras) y cubierta de un espeso, húmedo e impenetrable bosque. Una exuberante vegetación —que aún se con serva formando parte del Parque Natural de los Alcornocales— constituida por alcornoques en un ochenta por ciento, quejigos, fresnos, algarrobos, acebuches, alisos, madroños y adelfas que cubren valles y colinas en una extensión de aproximadamente unas 14.000 Ha.
El territorio perteneció primero a la corona en el año 1434 don Juan de Saavedra, alcaide de Jimena, tomó la villa-fortaleza de Castellar a los musulmanes, a esta familia de origen gallego asentada en Sevilla desde, al menos, el siglo XIV. El rey don Juan II de Castilla hizo donación a este don Juan de Saavedra, en 1445, como agradecimiento por los relevantes servicios prestados a la Corona, de la villa-fortaleza de Castellar con todo su término, el cuarenta por ciento del cual lo formaban las dehesas que luego se llamaron “la Almoraima”. En 1539 el rey Carlos I concedió el título de conde de Castellar a su descendiente.
Las dehesas de la Almoraima fueron del Estado, las preferidas de los Condes, tanto por la riqueza de sus bosques —de los que obtenían leña, carbón, corcho, bellota y, sobre todo, madera para los buques de la Armada— como por la abundancia de especies cinegéticas.
Después de siglos de pertenencia al señorío de los Saavedra, y entre los años 1973 y 1982 a la emprsa RUMASA, el extenso latifundio fue expropiado por el Estado en la segunda de las citadas fechas y hoy es un bien público que está administrado por el Organismo Autónomo de Parques Nacionales adscrito al Ministe rio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente.

Antecedentes
Aunque actualmente lo que vemos es un hotel de cuatro estrellas, este se ubica en las instalaciones de un antiguo convento del siglo XVII, rehabilitado como hotel de cuatro estrellas.
El germen edificatorio de la Almoraima son la citada torre defensiva medieval y la ermita de la Virgen de los Reyes establecida en 1526, santuario que quedaría integrado como capilla del monasterio al comenzar las obras tras su fundación en 1603. El edificio conventual que se erigió es de planta cuadrangular, a base de construcciones de dos alturas alrededor de un patio central porticado con arcos de medio punto sobre columnas en la planta inferior y ventanas en la superior.
Una de las características de las casas nobiliarias, a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII —período de profunda exaltación religiosa, especialmente a partir de la celebración del Concilio de Trento— era la ayuda que prestaban a las órdenes religiosas fundación de conventos e iglesias y en el mantenimiento de dichas instituciones.
La orden de la Merced había sido fundada por San Pedro Nolasco en 1218. Su principal cometido era la redención de cautivos cristianos presos en las mazmorras de los musulmanes de al-Andalus. A principios del siglo XVII la Orden Mercedaria había decaído de su primitivo fervor, en parte por la falta de actividad redentora. Por estas causas, algunos religiosos mercedarios creyeron que sería conveniente suplir con la contemplación y la austeridad de vida, Viviendo en la pobreza y alejados de las ciudades. Por ello, el fraile Fray Juan del Santísimo, con otros cuatro religiosos, decididos a reformar la Orden y dotarla de nuevo de la moderación y la sobriedad que faltaban en sus conventos, emprendieron los contactos con la condesa de Castellar, que se había ofrecido como patrona y fundadora de la recolección, para redactar las Constituciones, quien le prometió dos conventos, uno en su villa de Castellar y otro en el Viso.
No fueron una excepción los condes de Castellar, pues en los primeros años del siglo XVII un grupo de frailes mercedarios, descontentos con la escasa actividad redentora en que vivían sus comunidades, se presentó a la “cristianísima y santa matrona”, condensa de Castellar, Beatriz Ramírez de Mendoza para que se erigiera en fundadora del primer convento de la nueva Orden de los Mercedarios Descalzos.
Fue en 1603 cuando se fundó el Convento de San Miguel de la Almoraima en la ermita de Nuestra Señora de los Reyes y casas anejas, existentes frente a la llamada torre de la Almoraima, con la condición de que había de celebrarse misa conventual todos los días, comprendiendo las rezadas por la fundadora y sus sucesores.
Esta fundación pertenece a las primeras fundaciones conventuales mercedarias que favoreció por la IV condesa de Castellar, doña Beatriz Ramírez de Mendoza. Esta mujer desempeñó un papel trascendental en la historia de la Orden de la Merced Descalza, pues con sus avales consiguió poner en marcha la descalcez mercedaria, financiando hasta tres conventos para los mercedarios descalzos y en los que la propia condesa tuvo intereses no solo espirituales, sino también estratégicos para salvaguardar la economía de su casa e incluso protegerse de las oscuras maniobras que el duque de Lerma, valido de Felipe III, operó en contra de doña Beatriz Ramírez de Mendoza entre los años 1602 y 1606.
El germen edificatorio de la Almoraima son la citada torre defensiva medieval y la ermita de la Virgen de los Reyes establecida en 1526, santuario que quedaría integrado como capilla del monasterio al comenzar las obras tras su fundación en 1603.
El 4 de octubre de 1603 recibieron los frailes mercedarios descalzos del Convento de la Almoraima la cédula de propiedad de la ermita de Nuestra Señora de los Reyes, según consta en uno de los cuadros que se conservan en el convento, copias del siglo XVIII de los que fueron pintados en conmemoración del hecho en el siglo XVII.
Fundación
La fundación del convento se realizó en 1603, momento que vemos reflejado en los cuadros que se muestran a continuación. También se comprometió la fundadora a donar a la iglesia conventual seis casullas y seis frontales de los colores que manda el Ordinario Romano y un crucifijo y una custodia Uno de los cuadros que están colgados en la iglesia conventual que recuerdan la fundación del Convento de la Almoraima en 1603. La condesa de Castellar, doña Beatriz Ramírez de Mendoza, aparece cosiendo un hábito de mercedario delante de dos de los frailes fundadores Y y arquita de plata que sirva de sagrario, y dos cálices con sus patenas de plata y ropa blanca del servicio del altar.
El Convento de la Almoraima fue el primero de la Orden Reformada y gozó siempre de la protección de los condes de Castellar hasta que, en 1839, a consecuencia de las leyes desamortizadoras impulsadas por el ministro Juan Álvarez Mendizábal, fue expropiado por el Estado y los descalzos tuvieron que abandonarlo. Pero pro movido un pleito entre el duque de Medinaceli y la Hacienda Pública en 1859, fue devuelto a la Casa Ducal en 1865 y mediante sentencia definitiva en 1868.
El título de conde de Castellar que el rey Carlos I concedió a don Juan de Saavedra en 1539, pasó a la Casa de Santisteban en 1664 por casamiento de doña Teresa María Arias de Saavedra con don Baltasar de la Cueva y por no haber herederos varones en el tronco de los Saavedra. Posteriormente el título se unió a los de la Casa de Medinaceli en 1789, hasta que promovido un pleito por los marqueses de Moscoso, en los primeros años del siglo XIX, obtuvieron el título de condes de Castellar y la posesión de la villa disfrutándolos hasta 1852, fecha en la que el duque de Medinaceli entabló una demanda alegando que a él correspondía el título en litigio, fallando el Tribunal Supremo a su favor y pasando de nuevo el título de conde de Castellar a la Casa Ducal de Medinaceli, aunque no la propiedad de la finca, del alcázar y del convento des amortizado en 1839.
Para que la Almoraima y el Convento pasaran de nuevo a la Casa Ducal de Medinaceli hubo que entablarse otro pleito, logran do don Luis Tomás Fernández de Córdoba, duque de Medinaceli, que el Estado le reconociera la propiedad de la finca en 1865 y, mediante sentencia definitiva, en 1868. Después de haber recuperado la propiedad del antiguo Convento y del señorío de la villa, don Luis Tomás Fernández de Córdoba, convirtió la finca de la Almoraima en uno de los más selectos cotos de caza mayor de España. Miembros de la nobleza, acaudalados financieros y militares de prestigio se daban cita, a invitación del Duque, en los lujosos salones de la Casa- Convento para participar en las monterías que se organizan cada año en los frondosos bosques del término y en las fastuosas fiestas celebradas en el palacio con la afluencia de lo más selecto de la aristocracia española e inglesa y de los políticos y militares residentes en Gibraltar y su Campo. A partir de 1868, una vez confirmada la posesión del edificio y de las fincas que los frailes mercedarios tenían por donación de la condesa de Castellar, y coincidiendo con el auge de la industria corchera, la Almoraima se convirtió en el centro económico de Castellar. Todos los vecinos de la villa dependían, de una u otra forma, del trabajo temporal que les proporcionaba el administrador del Duque y los contratistas que monopolizaban la explotación de los recursos forestales y ganaderos. Dueño del monasterio y de la finca, el Duque acometió la remo delación del viejo edificio, transformándolo en un lujoso palacete donde él, y después sus sucesores, residieron largas temporadas de dedicados a la caza y a recibir a sus invitados, hasta que la Casa Ducal vendió la propiedad a la empresa RUMASA en 1973.
En 1983, tras una nueva expropiación por parte del Gobierno, la finca, la Casa-Convento con sus obras de arte y el viejo alcázar, pasaron a formar parte del patrimonio del Estado. Hoy la Casa-Convento se ha convertido en un lujoso y original hotel que ofrece a los turistas y visitantes poder gozar de los en cantos del último de los grandes bosques de tipo mediterráneo de Europa en pleno Parque Natural de los Alcornocales, la posibilidad de dedicar algunas jornadas a la caza mayor y el alojarse en las habitaciones que fueron residencia, durante los últimos ciento cincuenta años, de los duques de Medinaceli y de sus famosos invitados
Convento de San Miguel de la Almoraima
El actual edificio del Convento de la Almoraima, mandado a construir hacía 1640 por don Fernando Miguel Arias de Saavedra, IV conde de Castellar y nieto de la condesa fundadora, consta de dos construcciones adosadas en sentido Oeste-Este, ambas de planta cuadrangular. La situada al Oeste consta de cuatro crujías y dos plantas habilitando en su centro un patio o claustro con galería perimetral con fuente. La situada al Este, de menor superficie, dispone de tres crujías y tres alturas o pisos, con patio central sin claustro y con un pozo en su centro, compartiendo la crujía oriental del antiguo edificio, a la que se añadió una tercera planta. Además, existe un edificio con función residencial separa do de ambas edificaciones y construido a finales del siglo XIX o principios del XX y reconstruido hace algunas décadas.
El edificio primitivo, que es el que se halla situado al Oes te del conjunto, consta, como se ha dicho, de cuatro crujías bien escuadradas, menos la norte, donde se ubica la iglesia conventual, cuyo eje longitudinal no coincide con el del resto del edificio que está adosado a ella, lo que indica que fue construida previamente.
Patio principal o claustro
Encierran un patio o claustro rodeado de un pórtico formado por arcos de medio punto que descansan sobre columnas de piedra arenisca de orden toscano que fueron talladas con el material pétreo sacado de una cantera cercana, según refiere el padre San Cecilio. En medio del patio se localiza una fuente de mármol con surtidor y estanque octogonal. La solería, formada por losas de piedra de forma cuadrada, es la original.
Patio secundario. Actual restaurante la Gañanía
Al oriente de este primer edificio, a un nivel inferior, se construyó otro de similar estructura, aunque de menor tamaño, aprovechando y realzando la crujía oriental del viejo. Habilita también un patio central cuadrado, pero sin galería porticada, con un pozo en su centro. No se sabe la fecha exacta en que fue edificio cada esta segunda construcción, aunque es probable que se erigiera entre 1865-1868 por el duque de Medinaceli, don Luis Tomás Fernández de Córdoba, cuando éste logró recuperar la propiedad de la Casa-Convento que había sido expropiada por el Estado en 1839.
La cubierta de ambos edificios es a dos aguas con tejas árabes (menos la crujía meridional del situado al Este que es aterrazada en la actualidad). El tejado de la iglesia también es a dos aguas, exceptuando el tramo situado sobre el presbiterio y parte de la cabecera que es de mayor altura y se cubre con tejado de tejas a tres aguas, lo mismo que la capilla del Santo Cristo. Las ventanas que se abren hacia el patio son rectangulares (las originales del edificio). En cambio, las que dan al exterior, que forman parte de la reconstrucción decimonónica, muestran el intradós apuntado. El ala norte, de mayor altura que las restantes, como se ha dicho, está ocupada casi en su totalidad por la iglesia conventual que se comunica con el claustro a través de una puerta de fábrica reciente.
Ermita de Nª Sª de los reyes
La primera y humilde sede de la comunidad de frailes mercedarios del Convento de la Almoraima consistió en la pequeña ermita de Nuestra Señora de los Reyes que había mandado construir en 1596. La ermita estuvo dedicada a Nuestra Señora de los Reyes, advocación sevillana muy querida por los Saavedra (familia que, aunque de origen gallego, llevaba más de trescientos años establecida en la ciudad andaluza).
La ermita constaba de una sola nave de planta rectangular. Sus dimensiones eran 9,15 metros de longitud por 4,87 de anchura. Tenía artesonado de madera y un testero plano en la cabecera con una hornacina rematada en un arco apuntado decorada con pinturas de estilo escurialense que fueron descubiertas en la restauración del retablo del Santo Cristo realizada en el año 1979.
Presentaba en su fachada principal un soportal que daba a la explanada que está ocupada en la actualidad por el patio o claustro del Convento. La condesa de Castellar encargó, al tiempo que ordenaba la edificación de la ermita, dos imágenes para la nueva iglesia: una talla de la titular, Nuestra Señora de los Reyes y una imagen del Crucificado.
Además, envió un cuadro de pincel, de buena mano, que remitió de Madrid, con la adoración de los Santos Reyes al Niño Jesús en brazos de su santísima Madre, que se puso en el altar mayor de la ermita. Décadas más tarde, en torno al año 1640-50, cuando se construyó el actual edificio conventual, la nueva iglesia de los frailes, que ocupó el ala norte del mismo, se erigió aprovechando la antigua ermita atravesándola de costado y quedando la nave de la misma partida en dos: la parte del presbiterio, con la imagen del Santo Cristo, se trasformó en la capilla que se encuentra en el muro del Evangelio, y la parte de los pies ―absorbida por la nave de la nueva iglesia― se prolongó para conformar la actual capilla de Nuestra Señora de los Reyes situada en el muro de la Epístola, frontera a la del Cristo de la Almoraima. De esta manera, la primitiva ermita quedaba embutida dentro de la estructura del nuevo edificio religioso simulando un falso crucero algo desproporcionado.

Capilla del hotel convento San Miguel de la Almoraima
La iglesia es de planta rectangular sencilla y está cubierta con bóveda de cañón con lunetos en cinco tramos separados por arcos fajones que se apoyan en pequeñas ménsulas de moldura. A los pies se halla el coro que ocupa tramo y medio de la bóveda, con balaustrada de madera y el escudo de la Orden Mercedaria orlado por una muy barroca decoración de rameados y flores.
Retablo mayor
Una de las condiciones que puso la fundadora para patrocinar la fundación era que la iglesia continuara estando bajo la advocación de Nuestra Señora de los Reyes, aunque los frailes no respetaron este requisito y, andando el tiempo —probablemente a principios del siglo XIX—, colocaron en la calle central del altar mayor de la iglesia conventual una imagen de Nuestra Señora de la Merced, trasladando la talla de la Virgen de los Reyes a una capilla lateral. Obras de clara tradición sevillana serían los cuadros —muy zurbaranescos— que están situados en los registros altos de las calles laterales del retablo mayor; en cambio, de estilo más relacionado con el arte granadino, que se caracteriza por el pequeño tamaño de las imágenes, el equilibrio entre realismo e idealismo, los temas amables, la elegancia y perfección de los plegados, etc., serían las dos esculturas, una de San Antonio y la otra representando a San Lorenzo Diácono, ubicadas en el primer registro de las calles laterales del mismo retablo.
El interés de las obras barrocas que encierra entre sus pa redes el Convento de la Almoraima, al margen de ser, algunas de ellas, de excelente factura, como los ángeles lampareros, las imágenes de San Antonio y San Lorenzo o la talla de la Virgen Dolorosa que formó parte del Calvario del Santo Cristo, hoy en la iglesia parroquial de Castellar de la Frontera, radica en ser el único conjunto de arte barroco existente en el Campo de Gibraltar, y en ofrecernos una síntesis armoniosa y variada (aunque probablemente de artistas de segunda fi la) de las dos escuelas barrocas andaluzas: la sevillana y la granadina. En lo que se refiere a la cronología de las obras de arte que se custodian en el Convento castellarense, se pueden adscribir a cinco etapas:
a) Obras realizadas en el siglo XVI: la imagen de la Virgen de los Reyes (hoy en Córdoba) y un Crucificado donado por la condesa de Castellar en 1596 a la ermita fundada por su marido, cuya ubicación se desconoce.
b) Obras de la primera mitad del siglo XVII: Retablo mayor de la iglesia conventual; la Virgen con el Niño (hoy guardada en la sacristía); tallas de San Antonio y San Lorenzo, ambas ubicadas en las calles laterales del retablo mayor; cuadros que representan a San Pedro Nolasco y a San Lorenzo Diácono, también en las calles laterales del citado retablo, pero en el registro superior, el Vía Crucis de la iglesia y, probablemente, el Crucificado de marfil que se halla en la sacristía.
c) Obras de la primera mitad del siglo XVIII: Retablos del Santo Cristo de la Sangre (o de la Almoraima) y el frontero de la Virgen de los Reyes; cuadros que conmemoran la fundación del convento (que son copias de los originales del XVII); cuadro del Sueño de San José; retablillo de Santa María de Cervelló (también en la sacristía) y los dos ángeles lampareros,
d) Obra del siglo XIX: Imagen de vestir de la Virgen de la Merced que ocupa la calle central del retablo mayor.
e) Obra del siglo XX: San José con el Niño, hoy en el retablo de Nuestra Señora de los Reyes. El retablo mayor del Convento de San Miguel de la Almoraima es obra de la primera mitad del siglo XVII. Sigue la línea de los realizados por Alonso Cano, como el de la iglesia parroquial de la Virgen de la Oliva de Lebrija, que data de 1629, o la de su precursor el lego jesuita Alonso Matías en la catedral de Córdoba. Se compone del banco o predela, que tiene el sagrario incorporado, y de un cuerpo central con tres calles, la central más ancha que las laterales con una sola hornacina ocupada por la imagen de la Virgen de la Merced de vestir, y las laterales delimitadas por grandes columnas torsas de orden corintio.
Cada calle consta de dos registros; en el inferior presenta espacios ciegos con molduras que acaban en arcos de medio punto y peanas que sostienen, en el lado del Evangelio, una imagen de San Lorenzo Diácono y, en el lado de la Epístola, una talla de San Antonio de Padua. El superior contiene dos lienzos, uno de San Lorenzo y otro de San Pedro Nolasco. El retablo termina en un ático, ocupando la calle central del mismo una Epifanía recortada y los espacios laterales los anagramas de Jesús y María. Las calles laterales del cuerpo principal terminan en frontones triangulares sobre entablamento; las del ático, en frontones curvos partidos, las laterales, y en frontón curvo entero la central. En la predela y a ambos lados del sagrario están colocadas las armas del linaje de los Saavedra, condes de Castellar. Las diferentes piezas de este retablo se alejan de la impronta manierista para tender hacia la nueva concepción formal inspirada en la obra de Alonso Matías. La utilización del orden tetrástilo gigante en el cuerpo central, el mayor protagonismo dado a los soportes y la colocación de trozos de entablamento sobre los capiteles son otras de las características que definen esta obra de mediados del siglo XVII.
En el retablo mayor encontramos las siguientes esculturas: En el camarín central una imagen de la Virgen de la Merced, de vestir, menor que el natural, obra del siglo XIX. Tiene corona de plata y grilletes. En el primer registro de la calle del lado de la Epístola, un San Antonio de Padua, de talla, del siglo XVII, de mediano tamaño que sigue los cánones de las obras de la escuela granadina (minuciosidad en los de talles, delicadeza en las formas, expresión amable, honda emotividad, cuidado tratamiento de los pliegues y de la policromía, equilibrio entre realismos e idealismo, etc.). Se acerca al modelo del que hiciera Pedro de Mena para el Convento de los Franciscanos de Granada, actualmente en el Museo Provincial de Bellas Artes o al realizado por Alonso Cano. En el primer registro, pero en el lado del Evangelio, un San Lorenzo Diácono, también de talla, del siglo XVII y similares características y proporciones que el San Antonio. Ambas esculturas están doradas y policromadas y son de muy buena factura. Dos tallas, una de San Juan y otra de la Virgen, de gran calidad y enorme fuerza expresiva —sobre todo la de la Virgen—, doradas y policroma das, acompañaban la imagen del Santo Cristo cuando se hallaba entronizada en su capilla del Convento formando un Calvario algo desproporcionado, pues la figura de Cristo (contemporánea a la fundación del Convento) era de mayor tamaño que las de la Virgen y San Juan (de la primera mitad del siglo XVIII. Siglo XVII.
Son obras que debieron encargarse cuando se labró el retablo de la capilla del Santo Cristo. El plegado de las vestiduras —pequeño, ondulante y movido— alcanza un alto nivel técnico, así como la calidad de las carnaciones. El rostro de la Virgen expresa un profundo sentimiento de dolor sin caer en el dramatismo. Recuerda a los rostros melancólicos, de cejas levantadas y nariz muy fina del granadino José de Mora en tallas como el San Bruno de la Cartuja. Es, sin duda, la mejor es cultura barroca de todas las que se custodiaban en la iglesia conventual. En la sacristía se encuentra una imagen de la Virgen con el Niño, de tamaño menor que el natural, de principios del XVII, que recuerda la Virgen de la Oliva del retablo de Lebrija, primera obra documentada de Alonso Cano. La mirada baja de la Virgen indica que fue esculpida para ocupar un lugar elevado, sin duda el camarín de un retablo. Esta imagen fue restaurada en los años 70 del siglo XX. Destacan, igualmente, las tallas de dos ángeles lampareros situadas a ambos lados del presbiterio que siguen el sensual estilo de los que realizaba “La Roldana”. Los rostros, de gran dulzura y belleza, la suave policromía, la elegancia de la pose, así como la meticulosa y excelente factura de sus alas, nos conducen a ese mundo rococó que supo vislumbrar Luisa Roldán en algunas de sus obras. Sostienen lámparas modernas plateadas.
En cuanto a las pinturas, en el retablo mayor se localizan tres cuadros. En el segundo registro de la calle lateral —lado del Evangelio— se expone un San Lorenzo Diácono, obra del siglo XVII, que recuerda el estilo de Pablo de Céspedes. Porta la palma del martirio en su mano derecha y la parrilla en la que fue quemado en la izquierda. En el mismo lugar —pero en el lado de la Epístola— un San Pedro Nolasco, fundador de la Orden de Nuestra Señora de la Merced, de buena factura que sigue el estilo de Zurbarán (perfiles casi geométricos que destacan por la luz que los envuelve, naturalismo en el tratamiento de los pliegues del hábito, etc.). Posiblemente sea obra de algún seguidor del artista de Fuente de Cantos. Estos dos cuadros no son los originales que tuvo el retablo en dichos registros, pues al mirar ambas figuras a la derecha, rompen el principio de simetría que exigen las normas clásicas. En el ático y en su calle central se conserva una Epifanía recortada, que sigue, en cuanto a la composición, el esquema de la Adoración de los Reyes de Hugo Van der Goes, obra realizada no más tarde de 1470, y también la Adoración de los Reyes de Alberto Durero, pintada en 1504, o mejor el retablo con el relieve de la Epifanía de la Catedral de Córdoba, anónimo y de la primera mitad del siglo XVII. Existe una pintura muy amable sobre tabla en la puerta del sagrario —sin duda la única original y con temporánea del retablo— que presenta a Jesús Niño con el Cordero Místico sobre los hombros. En los muros laterales y en mitad de la nave, se encuentran dos grandes lienzos —con figuras menores que el natural— que se pintaron para conmemorar la fundación del Convento de la Almoraima, aunque los que se conservan son copias de los originales realizadas en 1777 por un tal José Pérez. Es muy probable que los primitivos fueran de buena factura, no así las copias que han llegado hasta nosotros con evidentes erro res de perspectiva, impropios de un buen artista, y tosquedad en la ejecución de las figuras.
Retablo del Santo Cristo de la Almoraima
En la capilla situada en el lado del Evangelio (que fue ca becera de la ermita de Nuestra Señora de los Reyes antes de formar parte de la iglesia conventual, como ya se ha referido) se localiza un retablo barroco de un sólo cuerpo y de exclente factura formado por una hornacina muy abierta, con embocadura, estípites y abundante hojarasca.
Es obra de la primera mitad del siglo XVIII. En él las molduras son mixtilíneas y los frontones se presentan partidos y a distintos niveles de profundidad lo que produce un sorprendente efecto de luces y sombras que concentra la mirada del espectador en las imágenes que ocupaban el centro del retablo. Antes de 1971 acogía un Calvario, algo desproporcionado, constituido por el Santo Cristo de la Almoraima, la Virgen de los Dolores y San Juan. El 4 de mayo de 1971, por mediación del entonces párroco de Castellar, don Francisco García Ruiz, la imagen del Santo Cristo de la Almoraima, las de la Virgen de los Dolores y San Juan y los numerosos exvotos que acompañaban la fi gura del crucificado fueron trasladadas a la iglesia parroquial del Divino Salvador en el nuevo pueblo de Castellar. En el retablo de la iglesia conventual se colocó una talla del Santo Cristo réplica exacta de la obra original.
En cuanto a la imagen del Santo Cristo de la Almoraima Con los datos que hoy se poseen y las valiosas noticias aportadas por los Annales redactados por fray Pedro de San Cecilio en 1669, podemos asegurar que la imagen de Cristo Crucificado (conocida como Santo Cristo de la Almoraima) que hoy se venera en la iglesia parroquial del Divino Salvador y antes estuvo entronizada en la capilla del lado del Evangelio de la iglesia conventual, fue encargada a unos talleres madrileños por la condesa de Castellar en el mes de abril de 1603 para la iglesia de la Orden reformada que iba a construirse en la Almoraima. La obra se realizó entre el citado mes y finales del mes de septiembre del mismo año, cuando la condesa de Castellar la entregó a los frailes mercedarios. Fue trasladada en un carro, acompañada de los propios frailes fundadores, desde Madrid hasta Sevilla, en cuyo puerto fluvial se embarcó en un navío que la llevó hasta Gibraltar (no sin haber sufrido la embarcación la persecución de un bergantín de corsarios berberiscos, según informa el padre San Cecilio) y, desde esa ciudad viajó, a lomos de una mula, hasta la ermita de Nuestra Señora de los Reyes situada junto a la vieja torre musulmana de la Almoraima, a donde llegó el día 3 de octubre. La imagen, de tamaño natural, está confeccionada en ma terial ligero: pasta de madera y lienzo encolado. El que no fue ratallada en madera se puede deber a dos razones: la primera, que la premura en acometer la fundación del nuevo convento obligaba a confeccionar la imagen del Crucificado con una técnica que acortara el tiempo de ejecución; la segunda, que al tener que ser traslada desde Madrid hasta Castellar en un carro o a lomos de bestias, se debía tener presente que la imagen fuera de un material liviano para facilitar su traslado y los imprevistos que pudieran acaecer en el transcurso de tan largo y penoso viaje. Sin embargo, este material, poco consistente, sometido a los altos niveles de humedad y a las grandes oscilaciones de temperatura que se dan en la Almoraima, ha provocado, con el paso de los siglos, deformaciones en la imagen muy evidentes en el torso y las piernas Los postizos que tiene el Santo Cristo —pelo natural, corona de espinas, potencias de metal y paño de pureza con brocados— se añadieron con posterioridad, así como la policromía que tuvo hasta su reciente restauración, de fríos tonos patéticos y abundantes regueros de sangre, que data del siglo XVIII. Una de las características de la imaginería barroca de la es cuela castellana (a la que hay que adscribir la imagen del Santo Cristo de la Almoraima) es el acentuado naturalismo: figuras completas con forzados escorzos, representación exagerada del dolor y la crueldad con abundantes regueros de sangre, profundo dinamismo de las figuras, caricaturización de los personajes malvados, intenso modelado y rostros que expresan el padecimiento, tanto físico (los Crucificados) como moral (las Dolorosas). Es un Cristo muerto, con tres clavos. Su cabeza muy humillada y las heridas y hematomas le dan una gran sensación de realismo. Su valor es más devocional que artístico, siendo motivo de peregrinación de multitud de fi eles devotos —especialmente en los primeros días de mayo cuando se celebra su festividad y romería— que vienen atraídos por la fama que tiene la imagen de milagrosa.

Capilla retablo de San José
En la capilla frontera se encuentra otro retablo que estuvo dedicado a Nuestra Señora de los Reyes, imagen que se hallaba entronizada en la antigua ermita. Presenta tres hornacinas, la central de mayor tamaño que las laterales, que están flanqueadas por estípites más simples y de peor factura que los del retablo del Santo Cristo. En este retablo se veneraba la imagen de la Virgen titular hasta su traslado a Córdoba en 1970. Hoy ocupa su lugar una talla de San José con el Niño.
En el lado del Evangelio, antes de llegar a la puerta de la Lonja, se encuentra la pila de agua bendita, que debió servir también de pila bautismal. Es una pieza barroca de mármol rojo cuatrilobulada y con peana abalaustrada. En el lado de la Epístola, frente a la pila, existe una capillita, convertida en confesionario donde debió estar situada la primitiva puerta que comunicaba la iglesia con las dependencias de los frailes.

Torre espadaña
En el exterior, a los pies del templo, en el muro de la Epístola, se eleva una espadaña de dos cuerpos separados por una moldura a modo de entablamento. Este modelo de espadaña es muy común en las iglesias conventuales barrocas y similar en la posición que ocupa y el modelo al que tuvo a iglesia del convento de Nuestra Señora de la Merced de Algeciras. El cuerpo inferior, rematado por entablamento, presenta dos vanos para las campanas y el superior, que culmina en un frontón triangular, uno. Como el resto del edificio, está encalada y decorada con pilastras y molduras rectilíneas.
Portada
La cubierta de las crujías que dan a la explanada está oculta, en la fachada principal, por una balaustrada ciega con relieves de arcos y pilastras que rodean motivos de tréboles y que compaginan en su neogoticismo con los vanos apuntados de las ventanas. A nivel de la primera planta, en la fachada principal —que también fue remodelada a finales del siglo XIX— se localiza una galería con techumbre aterrazada sostenida por columnas de piedra artificial que imitan a las del claustro. Se halla coronada por una balaustrada a modo de antepecho rematada con macetones cada cierto trecho. Las ventanas que se abren hacia el patio son rectangulares (las originales del edificio). En cambio, las que dan al exterior, que forman parte de la reconstrucción decimonónica, muestran el intradós apuntado.
El edificio primitivo, que es el que se halla situado al Oeste del conjunto, consta, como se ha dicho, de cuatro crujías bien escuadradas, menos la norte, donde se ubica la iglesia conventual, cuyo eje longitudinal no coincide con el del resto del edificio que está adosado a ella, lo que indica que fue construida previamente.
El edificio fue reedificado, en parte, por don Luis Tomás Fernández de Córdoba, duque de Medinaceli entre 1865 y 1868, ampliado con las crujías situadas al Este del inmueble y la remodelación neogoticista de la fachada. La torre-fuerte que se eleva en un extremo de la fachada principal de edificio antiguo y la galería adintelada debió ser erigida por este personaje o, con mayor seguridad, por doña Casilda Salabert y Arteaga, duquesa de Santo Mauro, en 1889, según se desprende de los azulejos con inscripción situados en el primer cuerpo de la torre.
Torre del hotel convento
En la fachada principal y adosada al ángulo oriental del edificio primitivo, se levanta una soberbia torre construida con aparejo de muy buena sillería de piedra arenisca magníficamente tallada. Presenta sección octogonal (excepto en el cuerpo inferior que es cuadrada) y alcanza los dieciséis metros de altura. Es de estilo neogótico con algunos elementos orientalizantes y otros modernistas y eclécticos. Fue erigida después de que fuera devuelto, por sentencia definitiva, el edificio conventual al duque de Medinaceli en 1868, probablemente en 1889.
La torre se compone de tres cuerpos construidos con sillares de piedra más un ático de mampostería retranqueado coronado con una especie de linterna. El primer cuerpo es de planta cuadrada con elegantes y originales vanos pareados y muy esbeltos. En la esquina sureste dispone de un bello balcón de sección semicircular, con balaustrada de madera, asentado sobre una potente peana escalonada de piedra. El segundo cuerpo, de similar altura que el inferior pero de planta ochavada merced a los cuatro chaflanes que muestra en sus esquinas, dispone también, de vanos pareados de factura modernista. Una moldura separa este cuerpo del tercero, el más esbelto, pues duplica en altura a cualquiera de los dos anteriores. Esta parte del edificio acaba en una especie de matacán perimetral de piedra labrada y alabeada que sostiene el balcón con balaustrada de madera que rodea el ático. Esta zona de la torre es de mampostería enfoscada. Tanto este cuerpo como la linterna que lo remata se cubren con tejados a ocho aguas con faldones o acroterios recortados. La linterna termina en una especie de chapitel que recuerda modelos orientales. Está rematada con una veleta. Podría tratarse de una exótica torre señorial erigida por la Casa Ducal, una vez recuperada la propiedad del Convento, en conmemoración de ese hecho y con el fi n de mantener vivo el recuerdo de la torre del Homenaje medieval, plasmación física del poder jurisdiccional del Señor y de su dominio sobre el territorio circundante y sobre sus vasallos.
En el cuerpo inferior se conserva una inscripción sobre cuatro azulejos rodeada de guirnaldas, corona de laurel y el escudo ducal de Santo Mauro en la parte inferior, que dice lo siguiente: En 1865 fue reedificado este edificio por el Excmo. Señor don Luis Tomás Fernández de Córdoba, Duque de Medinaceli y en 1889 lo mandó restaurar y aumentar la Excma. Señora doña Casilda Salabert y Arteaga, Condesa de Ofalia y de Estrada, Duquesa de Santo Mauro.
La torre-fuerte que se eleva en un extremo de la fachada principal de edificio antiguo y la galería adintelada debió ser erigida por este personaje o, con mayor seguridad, por doña Casilda Salabert y Arteaga, duquesa de Santo Mauro, en 1889, según se desprende de los azulejos con inscripción situados en el primer cuerpo de la torre. En noviembre de 2024, incluso se ha restaurado el azulejo de la torre principal que muestra este acontecimiento.
Origen del término Almoraima
El término Almoraima proviene de la torre Almoraima que se encuentra a unos 400 metros del hotel, en la propia finca. Una torre que está catalogada como BIC, Bien de interés cultural.
La Torre de la Almoraima fue Levantada en la cumbre de una colina, cerca del río Guadarranque y del camino de subida a la villa fortaleza de Castellar, su nombre procedente del árabe puede provenir de la evolución del término almojarifazgo, impuesto de montazgo que en ella se cobraba a todo aquel que cruzaba el término con ganados. Almojarife, en árabe al-mušrif, era un inspector encargado de cobrar los derechos aduaneros en la puerta de las grandes ciudades y puertos. El término Almoraima, con “r”, aparece por primera vez en la redacción más antigua de la Ordenanzas de Castellar, anterior a 1510 para designar a una de las dehesas de Castellar y luego a la torre.
Dada la naturaleza pantanosa e insalubre del Valle del Guadarranque, la torre fue la única construcción que se levantaba en el denominado desierto de La Almoraima, hasta que el primer Conde de Castellar mandó edificar en el año 1526 la ermita de Nuestra Señora de los Reyes. Tiene base cuadrada y muros de metro y medio de espesor a nivel del suelo, alcanzando una altura de 14 metros. La torre es mencionada explícitamente como “torre del Almorayma” en la sección redactada entre 1522 y 1524. Por tanto, solo podemos precisar que el edificio se construyó antes de 1510, sin poder determinar si fue antes o después de la primera conquista de Castellar en 1434.
